Los 8 fantasmas de la Candelaria
LA CANDELARIA LEYENDAS ...
En una esquina, el
espíritu deforme y cojo del virrey Sámano se abalanza lanzándote patadas y
escupitajos. Muy cerca de allí, el niño rubio del Palomar del Príncipe alimenta
a las palomas desde hace 300 años. A pocas cuadras, discuten de literatura
Rafael Pombo y Miguel Antonio Caro entre las carcajadas del espíritu de José
Raimundo Russi, jamás arrepentido por haber matado a Manuelito Ferro. Son los
ocho fantasmas de La Candelaria que desde hace 400 años deambulan por las
calles del barrio más antiguo de Bogotá.
Son
de todas las edades, colores y apariencias. Desde ancianos feos y jorobados,
hasta niños rubios y ojiazules. Incluso hay uno que aparece disfrazada de Rin
Rin Renacuajo. Algunos gritan, sollozan y suspiran. Otros no hacen nada, sólo
miran y sonríen.
Todos
tienen edades que reúnen varios siglos. Pero, a pesar de lo viejos y del
implacable deterioro de su entorno, los fantasmas del barrio La Candelaria
están vivitos y asustando.
Son
tan tradicionales y aceptados que figuran en la guía oficial del centro
histórico: su símbolo es un antifaz negro y hay seis reconocidos, aunque
nuestra investigación descubrió dos más.
Han
vivido allí desde 1538, Gonzalo Jiménez de Quesada fundo a Bogotá en el corazón
de La Candelaria, la Plaza del Chorro de Quevedo y cualquiera que desee tener
el privilegio de vivir en el tradicional barrio colonial bogotano, tiene que
compartir con ellos las callejuelas angostas y empedradas y los balcones
románticos.
La
historia de los fantasmas de La Candelaria comienza en la carrera 3ª con calle
12 donde el conjunto residencial Calle del Sol esconde los muros y cimientos
del tristemente célebre Servicio de Inteligencia Colombiana (SIC). Allí, según
afirma la propia guía oficial del centro histórico, “asustados dicen sus habitantes
que en las noches se escucha el quejido y las lamentaciones de las almas en
pena que en vida fueron torturadas hasta la muerte para obligarlas a confesar
sus delitos...".
Sin
embargo, los propietarios de la treintena de apartamentos del conjunto han aprendido
a convivir con los fantasmas. "De noche, ya bien tarde, se escuchan gritos
y gemidos dice uno de los residentes quien pidió reserva para su nombre,
también golpes, como latigazos, y carcajadas".
Los
niños como Luis Efrén, de 12 años son
quienes más gozan con los fantasmas, ellos dicen, que no los asustan pues los
han escuchado muchas veces. Pero verlos es otra cosa. Algunos hablan de una
niebla vaporosa que se levanta en los rincones, y otros de extrañas luces que
circulan por los pasillos. Pero nadie ha visto hasta ahora a fantasma alguno.
No obstante, a sólo una
cuadra de allí, en la plazoleta que hoy ocupa el lugar de una casa colonial, el
fantasma de un niño rubio y de ojos azules aparece en las madrugadas cargando
migas de pan en sus manos para alimentar las palomas, que podrían ser las
mismas que el niño alimentaba cuando vivía, hace 300 años . La leyenda cuenta
que este infante, quien sufría de retardo mental, se creía el príncipe de las
palomas, las alimentaba diariamente y no permitía que nadie les hiciera daño.
Aún ahora, cuentan los vecinos de la plazoleta, que cualquiera que moleste a las
palomas les tire piedras o sea cruel con ellas" pasa muy mala noche",
pues el fantasma del príncipe del Palomar no los deja dormir. Pero los
fantasmas de La Candelaria no se limitan a estos sitios.
En
la calle 11 Nº 3-90 está la casa del famoso pintor Gregorio Vásquez de Arce y
Ceballos, cuya figura, cubierta por una capa negra, discurre en el patio
interior, donde ha sido visto macerando flores para extraer las pinturas
vegetales con las cuales elaboraba sus lienzos con temas religiosos.
Una
cueva, situada en la planta baja de la casa, es el refugio del fantasma del
pintor quien guarda muy buenas relaciones con los habitantes de la antigua
construcción.
A
pocos metros de distancia se encuentra la casa de Rosa Florida, en la carrera
4ª Nº 10-84. Allí se aparece el fantasma del general Sardá, famoso bolivarista,
quien cayera asesinado por sus ataques al general Santander, según los
historiadores.
Este alto oficial continúa haciendo sonar sus botas de caballería sobre los andenes empedrados, acompañado de otros fantasmas que lanzan gemidos y se quejan. Al parecer, son los espíritus de los presos patriotas a quienes se les dio cama y auxilio en esa casona alrededor de 1800.
Este alto oficial continúa haciendo sonar sus botas de caballería sobre los andenes empedrados, acompañado de otros fantasmas que lanzan gemidos y se quejan. Al parecer, son los espíritus de los presos patriotas a quienes se les dio cama y auxilio en esa casona alrededor de 1800.
Pero
el más antipático y horrible de los fantasmas de La Candelaria, aparece bajo el
número 10-14 de la carrera 4ª. Aquí es la casa del virrey Sámano,
históricamente odiado por su rencor al enfrentar a los patriotas
colombianos. La figura coja y jorobada del viejo Virrey, sus desagradables
escupitajos y sobre todo el cloqueante sonido de los tacones virreinales,
continúa molestando a los transeúntes desprevenidos que se atreven a caminar
por la acera en altas horas de la madrugada.
Uno de ellos, don Lorenzo Salgar, vecino de La Candelaria de "toda la vida" cuenta que el fantasma se le abalanzó un día arrojándole sus asquerosos proyectiles salivales e intentando darle patadas. La historia, confirma que Sámano quien sentenció a muerte a Policarpa Salavarrieta, tenía por mala costumbre el escupir y pisotear a todo aquel que le "caía mal".
En la calle 14 Nº 3-41 se encuentra, envuelta en suspiros, la casa del poeta José Asunción Silva. Allí murió el ilustre lírico, compungido por amores incestuosos y enfermo de tristeza. Quienes penetran en su entorno afirman sentir ganas de llorar. Tristísimos gemidos y dolorosos suspiros se escuchan especialmente en las noches y en las madrugadas.
Y hay más. En la carrera
3ª con calle 10ª está la casa donde funciona la Fundación Gilberto Álzate
Avendaño. Allí hay una conjunción de extraños fenómenos que son atribuidos al
famoso Fantasma de la casaca verde", espíritu burlón de un ciudadano
español quien la habitó en el siglo XVII. Algunos afirman que este fantasma no
es el que aparece en la noche en la casona. Aseguran que más bien se trata del
espíritu del virrey Ezpeleta, quien vivió en la casa en el siglo XVIII. Él es
quien, vestido con pantalones ajustados a la rodilla, medias blancas y zapatos
negros de tacón, transita por los pasadizos de la fundación según estas
fuentes.
Lo
más extraño, sin embargo, ocurre en esta casa a partir de 1880. "Desde ese
año se escuchan pasos que suben al segundo piso y golpean tres veces una
pared", afirma la guía impresa que distribuye a los turistas la Alcaldía
Menor de La Candelaria. Agrega que este fantasma viste de verde y rojo,
"como Rin Rin Renacuajo".
Tal
vez la explicación a este extraño fantasma esté unas cuadras más allá, en la
calle 13 Nº 5-33 donde habitó José Caicedo Rojas. Allí se escuchan, en la
noche, inteligentes conversaciones sostenidas por este ilustre presidente de la
Academia Colombiana de la Lengua (en 1874) con sus amigos Rafael Pombo autor de
El renacuajo paseador y Miguel Antonio Caro.
Finalmente,
llegamos a la octava y última casa fantasmal de La Candelaria en la carrera 2ª
Nº 10-39, conocida desde siglos atrás, como "La casa del bandido".
Eran tantos y tan variados los fenómenos paranormales que allí ocurrían, que la
gente adoptó la costumbre de santiguarse cuando pasaba por el frente, lo que
hicieron los bogotanos raizales hasta bien entrado el siglo pasado.
Allí
vivió el doctor José Raimundo Russi, quien fuera fusilado en 1851por el crimen
de Manuelito Ferro, asesinado a la entrada de esta casona llena de recuerdos.
Los gritos de horror de Ferro y el húmedo chap chap de las puñaladas que le
causaron la muerte, aún se escuchan en las madrugadas de La Candelaria.
Ocho fantasmas, ocho historias increíbles. Más increíbles todavía si tenemos en cuenta que en este tercer milenio, los fantasmas de La Candelaria figuran como atractivo turístico para quien quiera experimentar el horror de conocerlos en las heladas noches bogotanas.
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